martes, 10 de enero de 2012

EFECTO DOMINÓ


Sara de pequeña iba a un cole donde por las tardes había muchas actividades extraescolares. Siempre la costaba decidirse por una por todas esas posibilidades que tenía, pero casi todos los años era fija al club de los juegos de mesa. La encantaba poder aprender todas esas cosas para luego cuando hacia frio no aburrirse, y sobretodo para cuando vinieran sus primos a su casa pudieran jugar con ella y no estar hablando con sus tíos de si ya tenían novia o novio. La verdad que a Sara le aburría mucho eso de los noviazgos, todavía no lo entendía.
Recuerda muchos de los juegos, por no decir todos. A ella la encantaban en especial los de componer palabras y todo lo que tuviera que ver con los números. Había algunos en los que había que memorizar piezas o colores, y aunque la encantaba practicar sola no la gustaba jugar contra los demás, porque no tenía muy buena memoria y siempre la ganaban.
También se acuerda mucho de todos los amigos que allí hizo. Había pequeños y mayores, a veces no jugaban juntos, pero siempre tenían un rato para perseguirse, para chincharse o para jugar… como la ocurría en el colegio.
Había un niño, de los más pequeños que le hacía mucha gracia. Se llamaba Alfonso, era pelirrojo, tenía pequitas, era bajito y muy espabilado. No era lo suficientemente mayor para jugar con el monopoly, la ajedrez… pero los juegos de saber el color, decir los números… se le quedaban muy pequeños. Tenía mucha imaginación y cuando dejaban tiempo libre corría a por todas las cosas que hubiera en la sala y se ponía a crear su propio juego, daba igual lo que tuviera, el caso es que se sujetara solo de pie y que no fuera demasiado grande.
Ponía una ficha, un juguete, un bolígrafo… y así iba sucediéndose una tras otra, cuando tenía todas puestas e iba a ser la hora de irse a casa, empujaba con sumo cuidado la primera, que tiraba a la segunda, y por lo tanto a la tercera…. Y así, una podía con la otra, a la vez con la siguiente… y todas las fichas acaban encima de la mesa en un movimiento mágico.
Eso era lo que encandilaba a Alfonso, ver como las fichas caían antes de que él pudiera llegar al final del recorrido, y eso que siempre presumía en educación física de su velocidad. Cuando la monitora veía este juego que hacía se quedaba mirándole y casi siempre le decía, algún día entenderás que desde pequeñito estás jugando a la vida.
Crecieron, pasaron el instituto y llegaron a la universidad… y cuando Sara ya casi acababa, Alfonso entró a la misma facultad y un día se encontraron por los pasillos. Tardaron en reconocerse, pero las pecas del pequeñajo y los ojos de la veterana se conocían.  Charlaron durante un rato y como no ella le preguntó si seguía haciendo aquellos efectos mariposa que hacía desde pequeño.
Ambos rieron al acordarse y Alfonso recordó enseguida a aquella monitora que le decía que desde pequeño sabía jugar a la vida. Resulta que un día, para clase tuvo que hacer un trabajo, estaban en ética y debían hablar sobre la sociedad, sobre los grupos con los que nos relacionamos, de aquello que sentimos cuando estamos en compañía. Y entendió perfectamente que él desde pequeño jugaba a construir sociedades. Porque cada ficha era una persona, diferente por fuera y por dentro, como las piezas que eran de diferente material y servían para cosas diferentes, pero todas se reunían por un mismo objetivo. Y al final, cuando una caía antes de tiempo, muchas de las de atrás caían si estaban cerca, cuando una ficha fallaba y se echaba a un lado, el juego fallaba.
Y después de esto, Sara se fue a clase pensando en la razón que tenía, y de que manera había estado observando ella este juego desde que tenía uso de razón. Si las fichas sintieran su papel, lo que hacían en ese juego y supieran que importancia tienen sus actos en la vida de los demás  y supieran que entre todos podrían alcanzar la meta… el juego cambiaria, y mucho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario