Erase una vez un corazón con patas que tenía
un íntimo amigo llamado cabeza compleja. Solían ser la viva imagen de la
amistad, pero también de la línea delgada que existe entre el odio y el amor y
también del comportamiento sobreprotector al que todo el mundo suele definir
negativamente.
Podríamos contar que esta historia sucedió un
día especial, lluvioso, en un campo verde rodeado de pequeños animales… pero
sería simplemente decorar el escenario de un día menos común.
La gran cabeza compleja solía susurrar a
menudo al pequeño corazón con patas cuando de verdad se podía asomar, y cuando
se tenía que quedar resguardándose de la lluvia. Pero la cosa no acababa ahí,
puesto que el corazón no quería ser menos y gritaba a viva voz a la cabeza que
quería salir de una vez de su escondite y mostrarse tal como era. El
corazoncito tenía pocos conocidos, puesto que para el resto era invisible,
mientras que la cabecita conocía a tanta y tanta gente… Pero todos sabían que
era por una buena causa, que era para mantener el control de su propia ciudad,
para que no pudiera llegar un monstruo de hielo y destrozar todo lo construido.
El corazón alegre tenía una ventaja sobre
todo, y era que inundaba la ciudad de amor, de sentimientos buenos y de verdad…
todo lo que hacía era verdadero, sin más. Pero su querida amiga la puñetera
cabeza siempre le hacía dudar.
¿Y sí eso que el corazón creía hacer con amor
no era verdad? ¿Y si la falsedad llegaba hasta él? ¿Y si el corazón se había
vuelto negro? ¿Y si palabras como perdonar, como aceptar o frases como dar una
segunda oportunidad eran solo palabrería?
Esa lucha entre amigos será eterna, pero la
ciudad se ve desalumbrada cuando el corazón con patas no cree en sí mismo.
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