Aparcó
el coche al lateral de la casa junto al árbol al que tantas veces se había
subido de pequeño y sacó las maletas. Recogió todo su equipaje y se dirigió hacia
el interior de la casa avanzó hasta su habitación y dejó las bolsas sobre el
suelo. Aquella casa le devolvía a la niñez, allí había pasado toda su infancia,
en aquel lugar era donde su familia veraneaba todos los años. Su nueva
residencia tan solo se encontraba a dos horas en coche de donde sus padres
vivían, pero era lo suficientemente tranquila y alejada para pasar allí los
días que necesitara.
Su
habitación seguía intacta desde la última vez que él fue, hacía unos cinco
años. Se sentó en la cama y observó su amplia habitación. A la derecha de la
cama seguía esa estantería que algún día cedería, la había hecho su padre un
verano con demasiado tiempo libre, y estaba repleta de libros, desde los
cuentos de Teo hasta novelas históricas, allí había lugar para cualquier libro.
Y él los había leído todos. Iván siguió prestando atención a aquel cuarto, de
frente a la cama seguía enmarcada aquella camiseta del Sporting de Gijón, una
de sus tantas aficiones, que era un regalo de su hermano Ángel. A su lado
permanecía enmarcada una foto de los dos hermanos, en ella se notaba que los
años habían pasado, el hermano mayor tenía puesta la camiseta y el hermano
pequeño mostraba orgulloso una bufanda y un gorro. Sus sonrisas alertaban que
aquel día el espectáculo había sido del disfrute de todos. Iván recordó
enseguida lo que había sucedido, los goles que su equipo había marcado y el
buen juego que había desplegado. Giró la cabeza y en la otra pared se hallaban
más fotos, una foto del carnaval que había celebrado en el pueblo con sus
amigos cuando no tenía ni ocho años, otra foto era de unas vacaciones que
pasaron toda la familia junta en Paris. Y por último estaba la foto en la que
se encontraba con Sergio, su verdadero amigo, aquel chico con el que había
vivido todo.
Todos
estos recuerdos sembraron algunas lágrimas en sus pequeños ojos marrones. Pero
también le recordaron que debía hacer unas cuantas llamadas, debía de avisar a
sus padres que ya había llegado, ellos se encontraban en el pueblo donde vivían,
apenas a dos horas. También tenía que llamar a su hermano Ángel, que por motivos
de trabajo se encontraba en Oviedo. Y como no, a su amigo Sergio quien se encontraba en Málaga.
Tras
esas llamadas obligadas se dirigió hacía la cocina y desembaló la caja que
llevaba con comida. Sacó una lata de Coca-Cola, la barra de pan que había
comprado en el pueblo más cercano, a escasa media hora y abrió un envase de
jamón serrano. Era media tarde pero el largo viaje le había despertado cierto
grado de hambre.
Cogió
su bocata, su lata de Coca-Cola y salió al exterior, era un día de primavera lo
bastante soleado para estar en manga corta. Aquel refugio se encontraba en un
lugar mágico. Escondido entre montañas, con múltiples panoramas verdes y algún
resto de nieve en las montañas más alejadas. Siempre le había encantado esa
casa por un solo motivo, había tranquilidad, podía sentir la soledad. Ninguna
casa se encontraba a menos de media hora. Había escogido el lugar perfecto para
pensar, para reflexionar.
Pronto
se le pasó por la cabeza que aquel sería el destino perfecto para ella, siempre
que Iván le hablaba de Asturias se le aparecía una sonrisa en la boca. No
podía evitarlo, no podía dejar de pensar en ella. La imagen de ella invadió su
cabeza, se sentó en el tronco de un viejo árbol y no lo pudo impedir, dejó el
bocata a un lado y miró aquellos paisajes mientras en su cabeza sólo estaba la
imagen de África. Recordaba su larga y rizada melena negra, sus hermosos ojos
verdes aquellos a los que tantas veces había mirado, sus largas manos que
deseaba que un día pudieran acariciar su piel…
Se
levantó de su particular asiento y se dirigió hacía el bosque, zigzagueaba
entre los árboles con todos los sentidos puestos en la naturaleza, su mirada se
perdía en el horizonte, sus oídos se despertaban con el canto de los pájaros,
sentía el olor de las primeras plantas de la primavera, y con sus cuidadosas
manos notaba las diferentes cortezas de los árboles. Pero había algo que no se
encontraba en aquel bosque y era su cabeza, por enésima vez estaba pensando en
ella.
Volvió
a sentarse, esta vez en el caprichoso terreno, con el pie apartó los palos que permanecían
bajo el árbol y se sentó apoyando su espalda en el ancho tronco y miró hacía
aquellos campos verdes, pronto se le vino una imagen a la cabeza, la imagen de
los ojos de ella, aquellos ojos verdes que tantos momentos habían iluminado. Comenzó
a recordar aquel primer día en el que ella destacó por encima de los demás, y
es que esa mirada le había llamado la atención.
Se
levantó de aquel lugar y se volvió hacía casa, habían pasado varias horas y la
noche se estaba echando encima. Cuando ya entró en la casa, se trasladó hasta
su habitación, subió las maletas encima de la cama y las deshizo. Lo colocó
como a él le gustaba, por algo los armarios estaban distribuidos de tal manera.
A la derecha, en el armario pequeño, metió los pantalones: los vaqueros, los
pantalones de chándal y prendas más de vestir. A su izquierda se encontraba un
armario más alto, que iba desde el suelo hasta el techo. En la parte superior
tenía las sudaderas y camisas colocadas en las perchas y en la parte inferior aguardaban camisetas y
jerséis en diferentes baldas. Y por último la ropa interior en una cómoda
cercana a la cama.
Acabó
de colocar su ropa y volvió a aquella caja que anteriormente había desembalado,
cogió un sobre de sopa, lo vertió en una vieja cazuela que había en la cocina y
la llenó con agua. Acabó de hacer la sopa y se sentó a la mesa, encendió la
televisión y vio las noticias locales antes de acostarse y esperar un nuevo
día.