Guillermo estaba jugando al fútbol en una
pista de su barrio con sus amigos. Cuando acabó se fue a casa, pasó por el
parque como hacía siempre porque atajaba bastante y porque había una fuente y
tenía sed después de darlo todo en el partido. Normalmente había un señor mayor
sentado en un banco, y cuando le veía dejar la bolsa de deporte en el suelo y
beber agua como nunca se reía, y le decía: “¿has metido muchos goles hoy?
Seguro que ha sido un muy buen partido”.
Esta vez no iba a ser menos, pero algo fue diferente.
Guille pasó por ese mismo lugar, pero se giró al oír la música, no solía
encontrarse con gente por la calle que escuchase su grupo de música favorito. Inconscientemente
se giró, allí había una chica morena, de ojos claros y que tenía entre sus
manos un balón de baloncesto. Se quedó parado, esa imagen le impactó tanto… Cuando
pudo volver a andar, llegó hasta la fuente y allí estaba en el banco el amable
señor.
Con su acento argentino que le recordaba a
las grandes glorias del fútbol sudamericano le saludó. Y esta vez no le preguntó
por el partido, sino le dio un pequeño consejo: “Hay veces que los partidos que
se juegan fuera de la cancha son mucho más importantes, pero no sabemos manejar
la pelota y no nos atrevemos a meter gol” El chico se rio y sin casi darse
cuenta se dio la vuelta para mirarla. El señor soltó una carcajada y le dijo
que jugara su partido, el que podía durar toda su vida. Guille río y marchó
hacia adelante pero no pudo evitar volver a pararse y volver donde la chica.
Se situó enfrente, sacó su balón de fútbol
sala de la mochila y lo puso en sus pies. La observó sin que ella se diese
cuenta mientras balanceaba la bola. Parecía algo despistada, que disfrutaba con
el balón naranja en las manos, que estaba recordando un momento de una forma nostálgica…
le recordaba a él de niño. No dudó ni un momento más y le lanzó su balón de
fútbol. Ella lo cogió y miró hacia arriba. Se encontró con él. Sonrió y le
devolvió el balón.
“Parece que hoy es el día mundial del balón”
Ella sonrió, pero siguió callada.
“Sabes, a mí también me ha pasado muchas
veces, me siento en mi habitación con la misma música que tú tienes puesta y
con el balón en los pies. Me pongo a pensar en lo que he hecho y en cuantos
goles más debo meter para sentirme bien, pero casi siempre acabo comprendiendo
que lo importante no son los goles, sino el estilo de juego. Unas veces se
perderá y otras se ganará, pero siempre se debe mantener la línea en la que
creemos. Yo no creo en ningún Dios, ni tengo una cruz o algo así que me
acompañe. Pero creo en el fútbol, y tengo este balón que es mi particular
símbolo. Creer en un deporte es mucho más complejo que en una religión. Te
enseña también valores y muchos. También es una filosofía de vida. Y por supuesto
también te acompaña cuando te sientes solo y nunca te deja tirado. Espero que
no te importe pero llevo un rato mirando como acaricias tu balón y creo que
sientes lo mismo, pienses lo que pienses…acuérdate del partido que estás
jugando, que es un deporte de equipo y que lo más importante es saber a qué y
cómo se juega, sin traicionarse, sin alejarse del estilo. Porque ese mismo
estilo es quien te da las alegrías aunque sea también quien te hace derramar lágrimas
y perder puntos en las derrotas. Cuando me he acercado y he visto tu mirada no
me ha quedado duda, tú sabes jugar este partido, vas a salir victoriosa sin
importar los puntos que anotes o las asistencias que des. Ahora creo que es
mejor que me vaya. Espero verte alguna vez dentro del mismo partido”
Guillermo se alejó poco a poco… volvió a
pasar por la fuente y el señor le dio una palmadita en el hombro. Pero de
repente algo le tocó la pierna, era el balón, el naranja, el de la chica del
árbol, de la música, del partido… cuando cogió el balón vio como ella llegaba y
le dio un abrazo. Entre sus brazos se echó a llorar, tenía tanta presión encima
por el partido que ella se había marcado como final que no se había dado cuenta
de disfrutar de cada minuto estuviera donde estuviera. Lloro sin consuelo, sólo
con su abrazo desconocido. Aquellas lágrimas se quedaron entre sus corazones,
entre sus brazos… y por supuesto entre la mirada cómplice del chico y el señor
que sería testigo único, de lujo. “Por cierto me llamo Guillermo” le susurró al
oído.