Ella se fue a
su sofá naranja, se echó mientras oía un poco de música. A la vez que él hacía
una ensaladita de pasta, algo fresco para coger fuerzas. Cuando este acabó fue
hacía la salita para avisarla y poder pasar un rato juntos, mirarse a los
ojos, cogerse de la mano, y olvidar todo por momentos. Pero cuando llegó ella
estaba dormida, como él había supuesto. No tenía ninguna gana de despertarla,
porque era mejor que ella durmiera un rato y luego ya comería. Al verla tan
tranquila, él decidió sentarse con ella.
Con mucho
cuidado la levantó la cabeza y los hombros y la echó sobre sus musculosas piernas,
la apartó el pelo para que no la molestara y la cogió la mano, como a ambos
tanto les gustaba, les encantaba sentirse, estar de la mano, mirarse a los
ojos… y sobre todo ahora los dos necesitaban sentirse. Con la otra mano, la
acariciaba suavemente la cabeza, y los ojos de él no podían dejar de mirar su
rostro, sus ojos cerrados, su nariz con sus pequeñas pequitas y los labios que
tantas veces había besado.
Al verla así y debido a las turbulencias de los
últimos días, al chico se le pasaron muchas cosas por la cabeza: (…)